La
frontera del enfoque
Abro
los ojos y veo lo que vi con los ojos cerrados.
La
visión nublada empezó a volverse cada vez más nítida, los
contornos se delineaban de una manera sagaz y exacta dando lugar a
una provocación visual distinta a otras que anteriormente saltaban a
su memoria, sus recuerdos se pronunciaban a partir de evocaciones
distantes, de miradas borrosas y disonantes.
Aquellas
áreas de colores iban marcando su frontera y al hacerlo se
distinguía perfectamente lo que cada una sugería, lo que cada una
nombraba. Pudiera ser por eso que la definición se anclara en su
mente y que pudiera verla cada vez que su deseo lo quisiese.
Este
conjunto de resultantes produjo en un futuro pasado que el concepto
se repitiera, que "lo mismo pero diferente" fuera una
constante específica en la reconstrucción del sueño que
arremetería contra él desde la primera vez que su inconsciente
consiguió formarlo.
Al
principio sólo distinguía tres colores: azul, café y blanco.
El
café cubría todo el fondo, había una mancha borrosa en el centro;
el azul pertenecía a la parte inferior de la mancha y el blanco a la
superior. Se veía como a través de un lente desenfocado, como una
visión que no alcanza a hacerse plenamente visión, como algo que
puede ser pero que no es en ese momento, como cuando al tener la
conclusión se entiende el primer paso, pero que únicamente teniendo
el primer paso se ignora completamente la única solución posible y
se está en la posibilidad de que sea cualquier cosa; se permite
porque existe la duda y no se han escogido los caminos o las opciones
necesarias para llegar a la conclusión definitiva. La mirada
comienza a enfocar y de esa mancha se distingue una figura alargada.
Las posibilidades se acortan.
El
ojo se adapta un poco más a la situación del momento. El color café
se empieza a ver de distintas tonalidades; el azul busca sombras y el
blanco deja de ser un círculo para volverse un cuerpo irregular
donde diminutas manchas oscuras impiden que el brillo deslumbrante de
la combinación eterna de la luz siga siendo eso. Ya no puede ser
otra cosa distinta a lo que es ahora y lo que sigue adelante.
Una
adaptación más meticulosa empieza a distinguir que en el cuadro
existe profundidad: los cafés de distintas tonalidades pertenecen a
una composición de objetos que conforman una especie de puesta en
escena vista desde arriba donde la perspectiva poco a poco va
detonando lo más cercano para distinguirlo de lo que está en el
fondo; el color azul tiene divisiones que hacen notar que existen
otros colores dentro de esa gran mancha azul anterior; el blanco
disminuye su posible superficie y se alimenta de un color distinto en
el borde superior. Se puede empezar a tener una idea de lo que
probablemente vendrá, una idea con ciertos límites.
La
observación es más precisa. La anterior mancha del centro es un
cuerpo arropado, está de pie y mira hacia el frente en la imagen
compuesta, tiene un brazo apoyado en "un algo" café; por
las dimensiones se puede adivinar que la ropa es voluminosa y que es
portada con cierta coquetería. Las fronteras se ven cada vez más
cercanas.
Se
marcan los contornos aparentes. La figura es definitivamente una
mujer de piel blanquísima; su cabeza lleva el cabello suelto, el
vestido se nota y se puede ver que es un estilo antiguo, es más
ancho de la parte inferior y deja los hombros a relucir; su brazo y,
más específicamente (ahora se sabe) su mano, está sobre un
barandal; las dimensiones coloridas en tonalidades cafés del fondo
corresponden a distintas profundidades: la más oscura es el suelo y
las paredes que están debajo y detrás de la figura
correspondientemente; las tonalidades más claras son de unas
escaleras que se encuentran en la parte lateral izquierda y al
inferior del cuadro. Por la manera en que las escaleras desaparecen
se puede imaginar que seguirán subiendo a manera de caracol, en una
espiral permanente. La chica está siendo vista desde arriba, desde
lo alto de las escaleras, justo entre el primer y el segundo piso; la
forma en que está parada muestra que mira hacia arriba y que, por lo
tanto, tiene el cuello estirado (jamás podremos verla de perfil ni
de frente). Lleva los brazos desnudos y seguramente sonríe. Las
opciones, aunque limitadas, aún pueden ser infinitas.
La
frontera salta a la obviedad. Es joven, de unos 21 o 22 años; su
cabello es más claro que castaño; las tonalidades ascienden a
millones y se puede ver que los tres colores principales de la obra
se han ramificado de manera increíble y que ahora, aunque
predominantes, son una minoría a comparación de la multitud de
matices
distintos que marchan sobre la imagen. Está sonriendo, sus labios
son rojos, encendidos, y construyen una sonrisa sensual, sin
excedentes, exacta; sus ojos son oscuros y miran profundamente, a un
punto fijo, no se mueven; su mano ya no sólo está posada sobre el
barandal, sino que lo acaricia de manera levísima; el vestido tiene
un decorado sencillo, muestra sus hombros blancos y tiene un escote
que sobrepasa ligeramente sus pechos de tal manera que se ve una
oscuridad perdida entre ellos; tiene un cruzado en la parte del
abdomen que permite que el vestido se ajuste a su cuerpo; la parte de
abajo de su
vestimenta es amplia, recuerda a las cortes en fiesta durante los
banquetes de la nobleza francesa en el siglo de "su"
revolución; las escaleras están siendo iluminadas por
una luz que se encuentra justo arriba de donde es observada, por lo
tanto las escaleras más cercanas a sus pies tienen menos
iluminación. Lo único que separa lo vulgar del acercamiento con lo
perfecto de la realidad son los milímetros de las fronteras,
milímetros utilizados por Kundera para entablar fronteras, la
frontera que en este caso es “la distinción de”.
Afinando
se logra sacar de los instrumentos el sonido que “debe ser”, el
sonido perfecto, el que corresponde a la realidad de la nota.
Afinando la mirada buscamos encontrar la realidad de lo visto, la
posibilidad de que eso mismo se desarrolle creando el sueño que
sirve de modelo para las repeticiones subsecuentes.
Su
cabello, con distintas tonalidades debido a su evidente pigmentación
no natural, está recogido hacia atrás pero suelto, ella cuidó que
tuviera la posición que tiene en ese momento, cuidadosamente dejó
que estuviera suelto, específicamente permitió que tuviera un
desorden que únicamente ella admitía, algunos cabellos se revelaron
contra ese orden impuesto y por lo tanto decidieron volar libres o
golpetear su cara de forma rítmica durante todo el tiempo que ella
se los permitiera; sus ojos transmiten seguridad pero a la vez
nostalgia, las líneas que van del centro del iris hacia el exterior
contrastan de manera tajante con el blanco que rodea el circulo
oscuro que posee colores amarillos, cafés y dorados, tiene cierto
brillo de “estar llegando a un lugar pero aún encontrarse
extremadamente lejos”; sus orejas tiene dos pendientes, pequeños,
cada uno de color plateado, pequeñas esferas de las que se desprende
una cadenita, tan sólo un hilillo, de plata que se mece como la
cabeza de una persona al estar recibiendo un masaje que lo sumerge en
un vaivén de las olas de su propio deleite sensorial; sus labios son
rojos, brillantes debido a que se aplicó algún producto que ilumina
de manera contrastante esas dos franjas que, si bien sonríen, se
entreabren en el centro y mantiene pagada la piel más alejada del
centro de la boca, el brillo que produce el producto aplicado se
junta con la baba que proporcionó la lengua al haber humedecido esa
piel distinta que diferencia la cara de la boca, es un brillo jugoso,
fresco, llamativo; en el cuello lleva un collar de plata del que
cuelga una piedra azul transparente no más grande que un botón; su
vestido tiene un encaje blanco justo donde termina el escote, la tela
se apoya un poco debajo de sus hombros y su abdomen está decorado
con bordados de un ramaje curvo del que nacen distintas florecillas y
hojas acomodadas en un color azul más brillante, un azul eléctrico,
se juega con los reflejos que pueda dar la luz en la manera en que
los bordados están acomodados; en la parte baja de la cintura se
puede ver que las ramas dan frutos plateados y rojos brillantes, son
pequeños pero proporcionan una diferencia que es apreciada de manera
inconsciente, tiene pliegues y es ligeramente amplia; las mangas le
llegan apenas arriba del codo, tiene guantes blancos que llegan hasta
la mitad del antebrazo, éstos poseen también bordados en blanco y
algunas líneas doradas casi imperceptibles que forman trazados
caprichosos en toda la superficie que envuelve su mano; la piel que
se creía blanca se distingue del blanco impecable de la tela y hace
que se acerque a una tonalidad más humana, sin embargo, el contraste
entre el azul de su vestido, el rojo de su boca, el oscuro de sus
ojos, la iluminación del lugar y el mismo blanco de la tela, le da
una textura de mármol vivo, de escultura viva. El barandal tiene un
grabado que parece rococó; las escaleras son de maderas preciosas y
el suelo es una duela a la que se le da un perfecto mantenimiento.
Ella se encuentra aún en la planta baja, está del lado contrario de
las escaleras, no ha puesto un pie en algún escalón, únicamente
está viendo hacia arriba. Sólo se es lo que se es. Las
posibilidades son nulas en cuestión de imagen. El olor posible que
despide, el sonido o ruido que quizás produce, el sabor imaginable
que puede tener y el tacto extenso que su contacto provoca, es,
todavía, infinitamente infinito. Y a pesar de eso, ha eliminado
infinitas posibles formas de percepción que se adecuarían a lo que
hay.
Así
se le apareció ella en su sueño, se le apareció en un continuo
fluir de abajo hacia arriba, como tratando de subir flotando,
burlando las escaleras, volando, rompiendo su pesadez, siendo una con
el aire.
Así
abrí los ojos, así desapareció de la nube.
Cada
vez que la sueño, la posibilidad es única, ella misma con vestido
azul burlando las escaleras y queriendo flotar.
El
concepto está dado.
El
matiz del sueño es el que varía.
Alguna
vez es un vestido de confección árabe, alguna otra un vestido de
playa con sus piernas sobresaliendo, de repente aparece con un
vestido diminuto y pegado con una textura plástica que alimenta todo
el kitsch del mundo, luego con un vestido más serio, una que otra
con un vestido de novia rasgado de la parte de las piernas,
espontáneamente con un tutú y mallas. Siempre azul, siempre
eléctrico. A veces sin guantes, a veces con guantes negros, o con
las manos pintadas. Siempre apoyada en el barandal, en la parte
exterior de las escaleras. A veces en un salón enorme con escaleras
de mármol, otras en el patio de una vecindad con escaleras de
piedra, esporádicamente en un cuarto con muebles pop y escaleras de
metal sesenteras. Siempre escaleras, siempre en el primer piso.
Siempre blanquísimo, siempre labios rojos. Siempre azul eléctrico,
siempre vestido. Siempre el brazo apoyado en el barandal, siempre
fuera de las escaleras, siempre flotando.
La
vi: el mismo cabello, los mismos labios, los mismos ojos, la misma
piel, la misma textura, la
misma
complexión.
Me
acerqué. El mismo enfoque, el mismo acercamiento, la misma
curiosidad, la misma emoción.
Le
hablé, la conocí. Distintas respuestas. Difería en la ropa que
usaba, le gustaba vestir de rojo no de azul; no vestidos, siempre
pantalones.
La
vi flotar. No en una nube, sino en su propia mente, en su
personalidad, en su propio ser.
Le
pregunté. Me sorprendió. Los labios generalmente no se los pintaba,
pero si lo hacia, era sólo de un color. Azul.
Azul
eléctrico.
Revolución
Fantástica