martes, 22 de julio de 2008

El número es 60


El número es 60

Y la mente parece como miles de explosiones a la vez, miles de pensamientos, como en una carrera en donde los 60 (necesariamente en números y no en letras) carros que compiten se encuentran en el centro de la pista y explotan al chocar. Como la letra de una canción que conecta las neuronas en tormentas eléctricas diminutas e iluminan el cerebro. Escuchando lo que nadie oye: el viento, la gelatina, el verde y el azul. Revólver en la sien con una sola bala, jugando a la ruleta rusa. La la la la lara lala, la la la la lara lala. Calcetines con hongos, apestosos y revueltos con la ropa interior. Como venas sangrientas palpitando en el cuello, despertando sueños vampíricos. Ranas saltando o croando en un estanque involuntario o cicatrices de piquetes de mosco por tanto rascarlas. Teclazos de conexión irreal para concretar citas reales para solucionar problemas mentales autocreados y destituidos. Señuelos lanzados en un tinaco verde montado en una casa azul. Y los colores desaparecen por momentos para recordarlos bajo una mirada o recuerdo propio del color. Defendiendo lo aprehendido, defendiendo lo escuchado e incluso lo comentado. Madre e hijo mezclados en una plática emocional creada por choque de visiones y puntos de vista. Silencio contra ruido, ruido para eliminar al silencio, relación de sujeto-objeto entremezclado en la dominación del sujeto ante el objeto. Espacio vacío que es intentado llenar. Chupo mi cigarro. Escritos no realizados pero pensados y de una manera olvidada, que su realidad como ser, ya no es. Sartre, Kundera, Siouxie, Rice, García Márquez, Polanski, Doyle, Goffman, Marx, Sabina. Otra vez el verde y el azul. Tomo mi cerveza, prendió el porro. Perforación, greña, semen, NADA. Y miles de explosiones, miles de pequeños golpeteos de botones cayendo al suelo para formar la cama más grande de botones. Recuerdos.
La tienda.
Rodeado de telas de miles de colores, el rojo y el amarillo juegan con el verde y el azul, el negro amamanta al rosa y el morado baila con Violeta (sí, faltó "el" porque es Violeta, no el violeta), las demás estampadas con agapantos y rosas se estiran durante toda la canción de 19 días y 500 noches, abarcan las paredes y la tienda se desacomoda, se arruga y se deja caer. La cama. Formada por las telas y el "pix-pix" mágico (siempre el recuerdo), el suelo desnudo y blanco. El techo se abre y caen los primeros botones, las primeras explosiones, rebotan y vuelven a caer, y rebotan de nuevo. Movimiento. Electricidad. Y caen más y caen otros, y se llena y resulta ser la cama, enorme y repleta de botones. Relleno de botones. Guerra de botones. Descanso de botones. Mentiras de botones. La posibilidad de abrir y de cerrar. Clavado.
Es la posibilidad de ser lo que se quiera. Las noches son de bodas y las lunas de miel. Discípulo de Sabina, hijo posmoderno, tristemente etiquetado por una estúpenda (sí, estÚpenda) idea de ser el reflejo de la historia de la humanidad. Ego presente.
Explosiones redondas y cuadradas, risas ahogadas y garganta que no sabe que sacar.
Quiero silencio y no lo encuentro.
Sueño quizás, los sueños dicen que no corte mi cabello.
Completo y totalmente entregado. (¿A qué?, no lo sé).

Revolución Fantástica