Circo
Colores,
alegres colores.
Colores,
tristísimos colores.
Boletos
relucientes, boletos impresos con tintas mágicas que aseguran una
noche inolvidable, boletos de papel, de papel reluciente y limpio,
boletos para entrar al mundo fantástico, con letras grandes y llenas
de energía verdadera, boletos reales en su mano, en esa mano deseosa
de aplaudir cuando salgan las maravillas del circo: animales,
payasos, trapecistas, contorsionistas, fuego y diversas pizcas
deliciosas de una magia de ensueño.
Boletos,
descoloridos, arrugados, boletos tristes, de mala calidad, simples
papeluchos, boletos desechables y apestosos, boletos que deprimen y
prometen una noche de hastío, aberrantes momentos sin chiste,
boletos con letras que sólo demuestran el deplorable aspecto del
circo, boletos inventados, inventados para esa mano, mano desdichada
y solitaria, con indiferencia ante las burdas actuaciones, mano que
tendrá que palmotear sin ritmo y por puro compromiso, mano que
jugará con las tablas de la grada para no tener que darle una gran
ovación a tan pobres representaciones de un circo sin color.
Fila larga,
llena de niños sonrientes y deseosos de incrementar a su memoria
momentos felices, niños excitados y con los brazos atiborrados de
comida para disfrutar el espectáculo. Vendedores de algodón dulce,
refrescos, palomitas, perros calientes y confitería. Fila llena de
expectativa, de niños impacientes con sonrisas naturales y bien
formadas. La función está por comenzar.
Fila corta, sin alguien que
realmente esté ansioso por entrar a la carpa maloliente. Sólo hay
un vendedor cuyo producto son cervezas. Dos hombres sumamente
borrachos están delante de él, llevan, en una bolsa de papel, una
botella que expide un claro aroma de alcohol barato. Una pareja
detrás de él necesita el lugar sólo para poder manosearse de una
manera desesperada y poco apasionada. Una fila vacía, sin alguna
gota de color que le imprima un deseo para disfrutar el grotesco
espectáculo por el que pagaron. La función, por desgracia, pronto
iniciará.
La fila
comienza a avanzar, poco a poco se va adentrando a un lugar místico
y lleno de esperados secretos. La fila sigue avanzando, se acerca al
primer telón y se escuchan las palabras de dos personas vestidas de
una manera elegante y divertida diciendo que lleven los boletos en la
mano, que los tengan listos, que más adelante los acomodadores los
llevarán a sus asientos. La fila sigue avanzando y pasa el segundo
telón donde el grupo se empieza a dividir en partes que son
hábilmente conducidas hacia la sección que marca el boleto que cada
uno lleva entre sus dedos. La silla está junto a una familia de
cinco personas. El lugar está alumbrado y las pantallas encendidas,
la cámara va recorriendo las distintas butacas y captura gestos y
acciones que son mostrados en las pantallas de enfrente. Hay
ocasiones en las que todos ríen, otras en donde la gente voltea y
saluda. El vendedor de tubos luminosos, lamparitas para el inicio del
espectáculo, muestra sus productos que son recibidos con gran
emoción por los niños pequeños. Es un momento lleno de felicidad.
La fila se mueve. La carpa tiene
una especie de cortina que deja salir aromas de animales y de sudor.
Detrás de la cortina, cortina de putero, está una persona gorda con
traje ajustado y viejo, lleva tirantes rojos sobre una camisa blanca
que tiene los dos primeros botones desabrochados. El saco lo ha
dejado en la silla. Al extender el brazo para romper los boletos se
puede observar una gran rueda de sudor que nace de las axilas,
después de observar a los futuros espectadores, y obsequiarles una
mirada hosca, abre la segunda cortina y los deja pasar. El piso de
tierra levanta polvo, sólo hay una entrada a la que los pocos de la
fila se dejan llevar movidos por un impulso irreal. Las tablas de las
gradas están rayadas y sucias, son incomodas y tiemblan cuando
alguien camina sobre ellas. Dos de tres reflectores apuntan hacia el
centro de la pista, el otro ilumina una cortina por la cuál saldrán
los entretenedores de ese público poco numeroso. El tercer reflector
titubea hasta que una persona del circo le da una patada y deja de
dar la luz intermitente. Nadie sonríe, los borrachos siguen
bebiendo, la pareja ha comenzado a besarse de manera grotesca,
algunos espectadores están dormidos, dos chicos fuman, un hombre
parece que tiene la mano dentro del pantalón, una niña llora y le
jala la ropa descuidada a su mamá, una mamá que por la apariencia
muestra que es golpeada por su marido y ahoga sus penas en alcohol,
un hombre orina debajo de las gradas, los demás espectadores son de
diversas maneras, pero la mayoría tienen una pinta de haber salido
de una construcción. Es un momento como cualquier tarde gris.
La música
comienza, niños emocionados gritan, pues creen que el espectáculo
está comenzando. El lugar está lleno. La música juega con los
oídos, armoniza con el ambiente. Está creada con muchos
instrumentos y una voz dulce entona letras ininteligibles como coros
de obras musicales antiguas, coros con partitura. Poco a poco se
empiezan a apagar las luces y todas las lamparitas y tubos luminosos
resplandecen en el circo. La música sigue y, entre orgasmos de
percusiones y violines, se escucha una voz con eco que resuena en
cada oído del público, una voz potente, grave, una voz que da la
bienvenida y anuncia que el espectáculo está comenzando, una voz
que no se sabe de dónde
viene porque las bocinas están acomodadas en todas partes. Todos los
ojos apuntan hacia distintos lados. Un reflector logra concentrar
todas las miradas hacia la plataforma principal. Súbitamente se
apagan todas las luces, la voz se calla, la música termina y la
tensión llega al límite. Repentinamente se escucha la misma voz
anunciando el circo, el más maravilloso, electrificante,
inimaginable, asombroso, increíble, divertido y mágico circo.
Mientras su voz apareció, unas luces moradas brotaron desde el piso,
un sujeto está parado en medio de la plataforma perfectamente negra,
lleva un traje de gala, con el filo del saco verde, un verde que
brilla con esa luz diferente, tiene puesta una máscara blanca
inexpresiva y un sombrero de copa, la máscara reluce con un blanco
diferente debido a la luz escondida en la parte inferior del
escenario, el sombrero de copa tiene, del mismo modo, una cinta verde
que brilla con la luz morada como la cinta del traje. En un sólo
movimiento se libera del vestuario y sale un humo blanco detrás de
este personaje, las luces escondidas se apagan y en su lugar, al
borde de la plataforma, se prenden unas pálidas luces que apenas
iluminan el lugar donde todos los ojos observan, un reflector con un
haz débil apunta hacia la masa de humo, que al disiparse, muestra a
una persona con el sombrero en una mano, con un traje de lentejuelas
doradas, plateadas, negras y moradas, con un ramo de flores en la
otra y con una sonrisa, ya sin máscara, que le ofrece a todos los
espectadores. En las pantallas se puede ver el final de lo que
ocurrió, se observa perfectamente la cara acercada del sujeto, su
sonrisa demuestra el inicio de la magia del circo. El lugar estalla
en aplausos.
La música comienza. Ligeros
redobles de tambor anuncian la salida de un actor del circo hacia la
pista, los tambores se oyen en las tres bocinas del lugar, la calidad
de la grabación demuestra que es vieja, a los tambores le siguen
unas notas mal ejecutadas en trompeta finalizando con unos platillos
que cortan la música, sale detrás de la cortina un sujeto
rechoncho, bajito, calvo y con unos bigotes que terminan en punta,
lleva un saco negro, unos pantalones del mismo color, rotos de una
rodilla y con un parche para simular la abertura, el dobladillo está
mal cosido, la camisa blanca tiene manchas de grasa que no pudieron
ser removidas cuando se lavó. Lleva un bastón negro, liso y con una
empuñadura de metal, el reflector que apuntaba hacia la cortina fue
siguiendo sus pasos hasta el centro de la pista, ahí, el hombre se
detuvo y, mirando hacia el público, dio la bienvenida al antiguo
circo, su voz apenas llegaba hasta las últimas filas, filas ocupadas
por nadie. No llevaba micrófono. Alguna persona aplaudió, pero la
expresión seria del director apagó las pocas palmadas que un par de
manos pudieron crear. El lugar está en silencio.
El
individuo es un mago, un mago carismático que, sin dejar de sonreír,
repite la presentación del circo, ahora más calmado, con un
micrófono apenas visible; su voz, delicada, llega a los tímpanos
nerviosos de la gente y, con cálidas palabras, envuelve a todos en
el circo diciéndoles que serán parte del show, que el corazón
mismo del circo es para todos los que están ahí. Se para al borde
de la plataforma con la mirada hacia el reflector, se pone el
sombrero y arroja hacia el aire brillos de colores que resplandecen
al atravesar el haz de luz que éste provoca, en ese instante, del
techo, caen miles de papeles de colores sobre todos los lugares que
ocupan las personas. -A continuación- anuncia la voz, -vivirán los
movimientos marinos, vivirán emociones y, sobre todo, magia
verdadera-. Las luces se apagan y el mago desaparece.
El director del circo espera a
que el virtual silencio llegue al lugar, pronuncia unas palabras
repitiendo que están en un circo, un circo muy antiguo y que ha dado
la vuelta por todo el país, menciona que experimentarán distintas
emociones al ver el combate de fieras, risas con los payasos y
suspenso con los acróbatas que arriesgarán su vida para regalarles
momentos de sana diversión. Anuncia el siguiente acto y desaparece
tras la cortina.
Gente
cadavérica está en el escenario, el lugar es negro, el piso, las
paredes, la cortina, parece que no hay fondo, que existe un vacío
inquebrantable.
Todos van
vestidos con trajes negros, sólo su cara, sus manos y sus pies están
descubiertos, la tela con que se cubren está como adherida a sus
cuerpos, cuerpos esbeltos.
Las caras
están pintadas de blanco, todos están rapados, hay mujeres y
hombres, cada uno tiene los ojos delineados de maneras y colores
diferentes y los labios pintados del mismo color que el de las líneas
de sus ojos.
La luz
pálida sólo da tenues reflejos en el piso y hace que los que están
en el escenario se vean ligeramente.
No hay
nadie que observe el acto.
Del techo
se desprenden telas negras con filo blanco, trapecios, aros, cuerdas.
Cada uno
empieza a hacer distintas acrobacias con gestos inescrutables.
Vuelan por
los aires, se deslizan por las cuerdas, se enredan en las telas, se
balancean en los aros, bailan con movimientos robóticos.
Todos se
acomodan en una línea horizontal, hombro con hombro, y el primero
voltea la cabeza y besa al de la izquierda, éste recibe el beso y se
voltea y le da uno al de su izquierda. Se crea un beso continuo que
va desde el primero hasta el último. Se regresa. Se empieza a formar
una coreografía donde hay una combinación de besos y de movimientos
de cabezas que siguen un cierto orden caótico.
Se separan
y empiezan a mover los brazos, se colocan frente a otro y se
comunican con estos movimientos.
Caen
pelotas del techo y se inician los malabares, malabares solitarios y
en conjunto, el espacio sobre sus cabezas pronto se ve repleto de
pelotas que van destinadas a alguien más.
Unos comienzan a mover
bolas de fuego sujetas a cadenas; otros, palos con las puntas
prendidas; otros más, aros prendidos. Las pelotas se estacionan en
el suelo.
Todos toman
unos monociclos que están en el piso y combinan todas las suertes
anteriores, subiendo a telas, balanceándose en los trapecios,
malabareando las pelotas, lanzando fuego por la boca, moviendo los
brazos en coreografías eléctricas.
Se detienen
y se toman de las manos.
Se forma un
círculo.
Los de la
derecha le quitan la vestimenta a los de la izquierda. Se desnudan.
Las
acrobacias nacen de cada uno, sus cuerpos torneados permiten que las
hagan con excelente precisión, sus genitales rebotan al hacerlo, se
observa la tensión de los músculos en cada acción.
Se
detienen.
Gritan.
Se apaga la
luz.
Él
aplaude, está excitado, los colores de la función, la magia de los
actos, la perfección de la coordinación, la música bien elaborada,
los payasos impredecibles, las luces deslumbrantes, todo salió
perfecto.
Él
aplaude, está excitado, los colores de la función, la magia de los
actos, la perfección de la coordinación, la música bien elaborada,
los payasos impredecibles, las luces deslumbrantes, todo salió
perfecto.
Vio un acto bien organizado, la
hermosura del trabajo, toda la gente junto a él iba a ver el circo,
a ver momentos de distracción en magia moderna, en ensayos
constantes. Veían el acto pero nadie quería ser parte del circo.
Vio un acto mal organizado, la
hermosura del trabajo, la gente junto a él no iba a ver el circo,
fueron a distraerse en un lugar a donde nadie los molestaría, bajo
una diversión antigua, con ensayos constantes. Veían el acto pero
nadie quería ser parte del circo.
Él sí.
Él
sí.